miércoles, 8 de enero de 2014

Mi padre, Manuel Toro.



De niño tuve siempre el temor de que mi padre fuera un cobarde. No porque le viera correr seguido de cerca por un machete como tantas veces a Paco el Gallina y a Quino Pascual. ¡Pero era tan diferente a los papás de mis compañeros de clase! En aquella escuela de barrio donde el valor era la virtud suprema, yo bebía el acíbar de ser el hijo de un hombre que ni siquiera usaba cuchillo. ¡Cómo envidiaba a mis compañeros que relataban una y otra vez sin cansarse nunca de las hazañas de sus progenitores! Nolasco Rivera había desarmado a dos guardias insulares. A Perico Lugo lo dejaron por muerto en un zanjón con veintitrés tajos de perrillo. Felipe Chaveta lucía una hermosa herida desde la sien hasta el mentón.

Mi padre, mi pobre padre, no tenía ni una sola cicatriz en el cuerpo. Acababa de comprobarlo con gran pena mientras nos bañábamos en el río aquella tarde sabatina en que como de costumbre veníamos de voltear las telas del tabaco. Ahora seguía yo sus pasos hundiendo mis pies descalzos en el tibio polvo del camino y haciendo sonar mi trompeta. Era un tallo de amapola que mi padre con aquella mansa habilidad para todas las cosas pequeñas había convertido en trompeta con sólo hacerle una incisión longitudinal.

Al pasar frente a La Aurora me dijo:

- Entremos aquí. No tengo cigarrillos para la noche.

Del asombro por poco me trago la trompeta. Porque papá nunca entraba a La Aurora, punto de reunión de todos los guapos del barrio. Allí se jugaba a la baraja, se bebía ron y casi siempre se daban tajos. Unos tajos de machete que convertían brazos nervudos en curtos muñones. Unos tajos largos de navaja que echaban afuera los intestinos. Unos tajos hondos de puñal por los que salía la sangre y se entraba la muerte.

Después de dar las buenas tardes, papá pidió cigarros. Los iba escogiendo uno a uno con fruición de fumador, palpándolos entre los dedos, llevándolos a la nariz para percibir su aroma. Yo, pegado al mostrador forrado de zinc, trataba de esconderme entre los pantalones de papá. Sin atreverme a tocar mi trompeta, pareciéndome que ofendía a los guapetones hasta con mi aliento, miraba a hurtadillas de una a otra esquina del ventorrillo. Acostado sobre la estiba de arroz veía a José el Tuerto comer pan y salchichón, echándole los pellejitos al perro sarnoso que los atrapaba en el aire con un ruido seco de dientes. En la mesita del lado tallaban con una baraja sucia Nolasco Rivera, Perico Lugo, Chus Maurosa y el colorao que yo no conocía. En un tablero colocado sobre un barril se jugaba a dominó. Un grupo de curiosos seguía de cerca las jugadas. Todos bebían ron.

Fue el colorao el de la provocación. Se acercó donde papá alargándole la botella de la ya todos habían bebido:

-Dese un palo, don.

-Muchas gracias, pero yo no puedo tomar.

-¡Ah! ¿con que me desprecia porque soy un pelao?

-No es eso, amigo. Es que no puedo tomar, déselo usted en mi nombre.

-Este palo se lo da usted o sea... se lo echó por la cabeza.

Lo intentó pero no pudo. El empellón de papá lo arrojó contra el barril de macarelas. Se levantó medio aturdido por el ron y por el golpe, y palpándose el cinturón con ambas manos dijo:

-Está usted de suerte, viejito, porque ando desarmao.

-A ver, préstenle un cuchillo.

Yo no podía creerlo, pero era papá el que hablaba.

Todavía al recordarlo un escalofrío me corre por el cuerpo. Veinte manos se hundieron en las camisetas sucias, en los pantalones raídos, en las botas enlodadas, en todos los sitios en que un hombre sabe guardar su arma. Veinte manos surgieron ofreciendo en silencio de jíbaro encastado el cuchillo casero, el puñal de tres filos, la sevillana corva...

-Amigo, escoja el que más el guste.

-Mire don, yo soy un hombre guapo, pero usté es más que yo- Así dijo el colorao y salió de la tienda con pasito lento.

Pagó papá sus cigarros, dio las buenas tardes y salimos. Al bajar el escaloncito escuché al Tuerto decir con admiración:

-Ahí va un macho completo.

Mi trompeta de amapola tocaba a triunfo.

¡Dios mío, que llegue el lunes para contárselo a los muchachos!

Manuel Toro ( Puerto Rico, 1925)

Vocabulario: zanjón: zanja, tajos de perrillos: puñaladas o navajazos, voltear: dar la vuelta, guapos;  bravucones, perdonavidas, dese un palo, don: bébase un trago, señor. macarelas: pescado ahumado del tipo de los arenques, encastado: indio de raza, de casta, sevillana: tipo de navaja.

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