Hemos escogido este cuento de Isabel Allende de su libro “Cuentos
de Eva luna” porque muestra las grandes posibilidades que en la vida
tienen aquellos que saben manejar las palabras. Las palabras sirven a nuestros
actos, emociones, inquietudes o ansiedades. Todo el mundo las
utiliza: los periodistas, los comediantes, los publicistas, los abogados y, por
supuesto, los políticos.
El coronel no es más que un pobre hombre solitario que
anhela el poder. Todo el mundo lo ve como un ser horrible, capaz de realizar
las mayores atrocidades para lograr sus propósitos y ya está cansado. Está
cansado de clavar el cuchillo en la garganta del pueblo. Está harto de sembrar
el terror y contrata a Belisa.
La joven, que había nacido en una familia pobre, descubre
las pocas posibilidades que tiene en la vida: convertirse en una prostituta o
trabajar como criada en las casas de los ricos. Al comprender el valor de las
palabras, decide utilizarlas para triunfar en la vida: su oficio será “vender palabras”.
Este peculiar oficio le obliga a estudiar y cuando el mulato la secuestra
porque el Coronel quiere verla se siente en la obligación de ayudarlo, es una
obligación inexcusable ya que si no lo hace pueden torturarla. Pero ella se
siente obligada moralmente a ayudarlo, ya que siente lástima del dictador.
El discurso presidencial que le escribe no lo conocemos. Te
proponemos pues que intentes escribirlo. ¿Cómo debe ser un discurso
presidencial? ¿Qué debe decir?
Ten en cuenta además la presión a la que se ve sometida la
protagonista. Puedes investigar: conecta el televisor a la hora del telediario.
Fíjate en los discursos de los políticos. Muchos de ellos son demasiado
amanerados e insinceros. El tuyo, el de Belisa es distinto. Debe ser un
discurso que tenga fuerza, nada de prometer aquello en lo que uno no crea o
intentar adular al público. Una vez escrito, practica la dicción, lee en
voz alta lo que has hecho, gesticulando como si fueras un político. Inventa, a
continuación, esas dos palabras que le dirías al coronel, aquellas que Belisa
le regala.
Belisa
Crepusculario había nacido en una familia tan
mísera, que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos. (...) Hasta que
cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y
la fatiga de siglos. Durante una interminable sequía le tocó enterrar a
cuatro hermanos menores y cuando comprendió que llegaba su turno, decidió echar
a andar por las llanuras en dirección al mar, a ver si en el viaje lograba
burlar a la muerte. (...)Belisa
Crepusculario salvó la vida y además descubrió por casualidad la escritura.
Al llegar a una aldea de las proximidades de la costa, el viento colocó a sus
pies una hoja
de periódico. Ella tomó aquel papel amarillo y quebradizo y
estuvo largo rato observándolo sin adivinar su uso, hasta que la curiosidad
pudo más que su timidez. Se acercó a un hombre que lavaba un caballo en el
mismo charco turbio donde ella saciara su sed.
-¿Qué
es esto?- preguntó.
-La
página deportiva del periódico-replicó el hombre sin dar muestras de asombro
ante su ignorancia.
La
respuesta dejó atónita a la muchacha, pero no quiso parecer descarada y se
limitó a inquirir el significado de las patitas de mosca dibujadas sobre el
papel.
-Son palabras,
niña. Allí dice que Fulgencio Barba noqueó al Negro Tiznao en el tercer round.
Ese
día Belisa Crepusculario se enteró de que las palabras andan sueltas sin dueño
y cualquiera con un poco de maña puede apoderárselas para comerciar con ellas.
Consideró
su situación y
concluyó que aparte de prostituirse o emplearse como sirvienta en las cocinas
de los ricos, eran pocas las ocupaciones que podía desempeñar. Vender palabras
le pareció una alternativa decente. A partir de ese momento ejerció esa
profesión y nunca le interesó otra. Al principio ofrecía su mercancía sin
sospechar que las palabras podían también escribirse fuera de los periódicos.
Cuando lo supo calculó las infinitas proyecciones de su negocio, con sus
ahorros le pagó veinte pesos a un cura para que enseñara a leer y escribir y
con los tres que le sobraron se compró un diccionario. Lo revisó desde la A a
la Z y luego lo lanzó al mar, porque no era su intención estafar a los clientes
con palabras envasadas.
Varios
años después, en una mañana de agosto, se encontraba Belisa Crepusculario en el
centro de una plaza, sentada bajo su toldo vendiendo argumentos de justicia a
un viejo que solicitaba su pensión desde hacía diecisiete años. Era día de
mercado y había mucho bullicio a su alrededor. Se escucharon de pronto galopes
y gritos, ella levantó los ojos de la escritura y vio primero una nube de polvo
y enseguida un grupo de jinetes que irrumpió en el lugar. Se trataba de los hombres del Coronel, que
venían al mando del mulato, un gigante conocido en toda la zona por la rapidez
de su cuchillo y la lealtad hacia su jefe. Ambos, el Coronel y
el Mulato, habían pasado sus vidas ocupados en la guerra civil y sus nombres
estaban irremisiblemente unidos al estropicio y la calamidad(...) No quedó en
el sitio del mercado otra alma viviente que Belisa Crepusculario, quien
no había visto jamás al Mulato y por lo mismo le extraño que se dirigiera a
ella.
-A
ti te busco- le gritó señalándola con su látigo y antes que terminara de
decirlo, dos hombres cayeron encima de la mujer atropellando el toldo y
rompiendo el tintero, la ataron de pies y manos y la colocaron atravesada como
un bulto de marinero sobre la bestia del Mulato. Emprendieron galope en
dirección a las colinas.(...)
Ella
quiso saber la causa de tanto maltrato y él le explicó que el coronel
necesitaba sus servicios. Le permitió mojarse la cara y enseguida la llevó a un
extremo del campamento, donde le hombre más temido del país reposaba en una
hamaca colgada entre dos árboles. (...)
El
Coronel se puso en pie y la luz de la antorcha que llevaba el Mulato le
dio de frente. La mujer vio su piel oscura y sus fieros ojos de puma y supo al
punto que estaba frente al hombre más solo de este mundo.
-Quiero
ser el Presidente- dijo él.
Estaba
cansado de recorrer esa
tierra maldita en guerras inútiles y derrotas que ningún subterfugio podía
transformar en victorias. Llevaba muchos años durmiendo a la
intemperie, picado de mosquitos, alimentándose de iguanas y sopa de culebra,
pero esos inconvenientes menores no constituían razón suficiente para cambiar
su destino. Lo que en verdad le fastidiaba era el terror en los ojos ajenos.
Deseaba entrar a los pueblos bajo arcos de triunfo, entre banderas de colores y
flores, que lo aplaudieran y le dieran de regalo huevos frescos y pan recién
horneado (...) Su idea consistía en ser elegido por votación popular en los
comicios de diciembre.
-Para
eso necesito hablar como un candidato. ¿Puedes venderme las palabras para un
discurso?-preguntó el Coronel a Belisa Crepusculario.
Ella
había aceptado muchos encargos, pero ninguno como ése, sin embargo no pudo
negarse, temiendo que el Mulato le metiera un tiro entre los ojos o, peor aún,
que el Coronel se echara a llorar (...)
Toda
la noche y buena parte del día siguiente estuvo
Belisa Crepusculario buscando en su repertorio las palabras apropiadas para un
discurso presidencial, vigilada de cerca por el Mulato.
Descartó
las palabras áspera y secas, las demasiado floridas, las que estaban desteñidas
por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de verdad y
las confusas, para quedarse sólo con aquellas capaces de tocar con certeza el
pensamiento de los hombres y la intuición de las mujeres. Haciendo uso de los
conocimientos comprados al cura por veinte pesos, escribió el discurso en una
hoja de papel y luego hizo señas al Mulato para que desatara la cuarta con la
cual la había amarrado por los tobillos a un árbol. La condujeron nuevamente
donde el Coronel y al verlo ella volvió a sentir la misma palpitante ansiedad
del primer encuentro. Le pasó el papel y aguardó, mientras él lo miraba
sujetándolo con la punta de los dedos.
-¿Qué
carajo dice aquí?- preguntó por último.
-¿No
sabes leer?
-Lo
que yo sé hacer es la guerra- replicó él.
Ella
leyó en voz alta el discurso. Lo leyó tres veces, para que su cliente pudiera
grabárselo en la memoria. Cuando terminó vio la emoción en los rostros de los
hombres dela tropa que se juntaron para escucharla y notó que los ojos
amarillos del Coronel brillaban de entusiasmo, seguro de que con esas palabras
el sillón presidencial sería suyo.
-Si
después de oírlo tres veces los muchachos siguen con boca abierta, es que esta
vaina sirve, Coronel- aprobó el Mulato.
-¿Cuánto
te debo por tu trabajo, mujer?- preguntó el jefe.
-Un
peso, Coronel. –
-No
es caro- dijo él abriendo la bolsa que llevaba colgada del cinturón con los
restos del último botín
-Además
tienes derecho a una ñapa. Te corresponde dos palabras secretas- dijo
Belisa Crepusculario.
-¿Cómo
es eso?
Ella
procedió a explicarle que por cada cincuenta centavos que pagaba un cliente, le
obsequiaba con una palabra de uso exclusivo. El jefe se encogió de hombros,
pues no tenía el menor interés en la oferta, pero no quiso ser descortés con
quien lo había servido tan bien. Ella se aproximó sin prisa al taburete de
suela donde él estaba sentado y se inclinó para entregarle su regalo
(...)
-Son
tuyas, coronel- dijo ella al retirarse – Puedes emplearlas cuando quieras.
El
Mulato acompaño a Belisa hasta el borde del camino, sin dejar de mirarla con
ojos suplicantes de pero perdido, pero cuando estiró la mano para tocarla, ella
lo detuvo con un chorro de palabras inventadas que tuvieron la virtud de
espantarle el deseo, porque creyó que se trataba de alguna maldición
irrevocable.
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