viernes, 27 de diciembre de 2013

Tutoria: Textos complementarios. La vendedora de palabras, Isabel Allende



La vendedora de palabras.  Isabel Allende
 
 

Hemos escogido este cuento de Isabel Allende de su libro “Cuentos de Eva luna” porque muestra las grandes posibilidades que  en la vida tienen aquellos que saben manejar las palabras. Las palabras sirven a nuestros actos,  emociones,  inquietudes o ansiedades. Todo el mundo las utiliza: los periodistas, los comediantes, los publicistas, los abogados y, por supuesto, los políticos.

El coronel  no es más que un pobre hombre solitario que anhela el poder. Todo el mundo lo ve como un ser horrible, capaz de realizar las mayores atrocidades para lograr sus propósitos y ya está cansado. Está cansado de clavar el cuchillo en la garganta del pueblo. Está harto de sembrar el terror y contrata a Belisa.

La joven, que había nacido en una familia pobre, descubre  las pocas posibilidades que tiene en la vida: convertirse en una prostituta o trabajar como criada en las casas de los ricos. Al comprender el valor de las palabras, decide utilizarlas para triunfar en la vida: su oficio será “vender palabras”. Este peculiar oficio le obliga a estudiar y cuando el mulato la secuestra porque el Coronel quiere verla se siente en la obligación de ayudarlo, es una obligación inexcusable ya que si no lo hace pueden torturarla. Pero ella se siente obligada moralmente a ayudarlo, ya que siente lástima del dictador.  

El discurso presidencial que le escribe no lo conocemos. Te proponemos pues que intentes escribirlo.   ¿Cómo debe ser un discurso presidencial? ¿Qué debe decir?  

Ten en cuenta además la presión a la que se ve sometida la protagonista. Puedes investigar: conecta el televisor a la hora del telediario. Fíjate en los discursos de los políticos. Muchos de ellos son demasiado amanerados e insinceros. El tuyo, el de Belisa es distinto.  Debe ser un discurso que tenga fuerza, nada de prometer aquello en lo que uno no crea o intentar adular al público.  Una vez escrito, practica la dicción, lee en voz alta lo que has hecho, gesticulando como si fueras un político. Inventa, a continuación, esas dos palabras que le dirías al coronel, aquellas que Belisa le regala.

Belisa Crepusculario había nacido en una familia tan mísera, que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos. (...) Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga de siglos. Durante una interminable sequía  le tocó enterrar a cuatro hermanos menores y cuando comprendió que llegaba su turno, decidió echar a andar por las llanuras en dirección al mar, a ver si en el viaje lograba burlar a la muerte. (...)Belisa Crepusculario salvó la vida y además descubrió por casualidad la escritura. Al llegar a una aldea de las proximidades de la costa, el viento colocó a sus pies una hoja de periódico. Ella tomó aquel papel amarillo y quebradizo y estuvo largo rato observándolo sin adivinar su uso, hasta que la curiosidad pudo más que su timidez. Se acercó a un hombre que lavaba un caballo en el mismo charco turbio donde ella saciara su sed.

-¿Qué es esto?- preguntó.

-La página deportiva del periódico-replicó el hombre sin dar muestras de asombro ante su ignorancia.

La respuesta dejó atónita a la muchacha, pero no quiso parecer descarada y se limitó a inquirir el significado de las patitas de mosca dibujadas sobre el papel.

-Son palabras, niña. Allí dice que Fulgencio Barba noqueó al Negro Tiznao en el tercer round.

Ese día Belisa Crepusculario se enteró de que las palabras andan sueltas sin dueño y cualquiera con un poco de maña puede apoderárselas para comerciar con ellas.

Consideró su situación y concluyó que aparte de prostituirse o emplearse como sirvienta en las cocinas de los ricos, eran pocas las ocupaciones que podía desempeñar. Vender palabras le pareció una alternativa decente. A partir de ese momento ejerció esa profesión y nunca le interesó otra. Al principio ofrecía su mercancía sin sospechar que las palabras podían también escribirse fuera de los periódicos. Cuando lo supo calculó las infinitas proyecciones de su negocio, con sus ahorros le pagó veinte pesos a un cura para que enseñara a leer y escribir y con los tres que le sobraron se compró un diccionario. Lo revisó desde la A a la Z y luego lo lanzó al mar, porque no era su intención estafar a los clientes con palabras envasadas.

Varios años después, en una mañana de agosto, se encontraba Belisa Crepusculario en el centro de una plaza, sentada bajo su toldo vendiendo argumentos de justicia a un viejo que solicitaba su pensión desde hacía diecisiete años. Era día de mercado y había mucho bullicio a su alrededor. Se escucharon de pronto galopes y gritos, ella levantó los ojos de la escritura y vio primero una nube de polvo y enseguida un grupo de jinetes que irrumpió en el lugar. Se trataba de los hombres del Coronel, que venían al mando del mulato, un gigante conocido en toda la zona por la rapidez de su cuchillo y la lealtad hacia su jefe. Ambos, el Coronel y el Mulato, habían pasado sus vidas ocupados en la guerra civil y sus nombres estaban irremisiblemente unidos al estropicio y la calamidad(...) No quedó en el sitio del mercado  otra alma viviente que Belisa Crepusculario, quien no había visto jamás al Mulato y por lo mismo le extraño que se dirigiera a ella.

-A ti te busco- le gritó señalándola con su látigo y antes que terminara de decirlo, dos hombres cayeron encima de la mujer atropellando el toldo y rompiendo el tintero, la ataron de pies y manos y la colocaron atravesada como un bulto de marinero sobre la bestia del Mulato. Emprendieron galope en dirección a las colinas.(...)

Ella quiso saber la causa de tanto maltrato y él le explicó que el coronel necesitaba sus servicios. Le permitió mojarse la cara y enseguida la llevó a un extremo del campamento, donde le hombre más temido del país reposaba en una hamaca colgada entre dos árboles. (...)

El Coronel se puso en pie y la luz de la antorcha  que llevaba el Mulato le dio de frente. La mujer vio su piel oscura y sus fieros ojos de puma y supo al punto que estaba frente al hombre más solo de este mundo.

-Quiero ser el Presidente- dijo él.

Estaba cansado de recorrer esa tierra maldita en guerras inútiles y derrotas que ningún subterfugio podía transformar en victorias. Llevaba muchos años durmiendo a la intemperie, picado de mosquitos, alimentándose de iguanas y sopa de culebra, pero esos inconvenientes menores no constituían razón suficiente para cambiar su destino. Lo que en verdad le fastidiaba era el terror en los ojos ajenos. Deseaba entrar a los pueblos bajo arcos de triunfo, entre banderas de colores y flores, que lo aplaudieran y le dieran de regalo huevos frescos y pan recién horneado (...) Su idea consistía en ser elegido por votación popular en los comicios de diciembre.

-Para eso necesito hablar como un candidato. ¿Puedes venderme las palabras para un discurso?-preguntó el Coronel a Belisa Crepusculario.

Ella había aceptado muchos encargos, pero ninguno como ése, sin embargo no pudo negarse, temiendo que el Mulato le metiera un tiro entre los ojos o, peor aún, que el Coronel se echara a llorar (...)

Toda la noche y buena parte del día siguiente estuvo Belisa Crepusculario buscando en su repertorio las palabras apropiadas para un discurso presidencial, vigilada de cerca por el  Mulato.

Descartó las palabras áspera y secas, las demasiado floridas, las que estaban desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de verdad y las confusas, para quedarse sólo con aquellas capaces de tocar con certeza el pensamiento de los hombres y la intuición de las mujeres. Haciendo uso de los conocimientos comprados al cura por veinte pesos, escribió el discurso en una hoja de papel y luego hizo señas al Mulato para que desatara la cuarta con la cual la había amarrado por los tobillos a un árbol. La condujeron nuevamente donde el Coronel y al verlo ella volvió a sentir la misma palpitante ansiedad del primer encuentro. Le pasó el papel y aguardó, mientras él lo miraba sujetándolo con la punta de los dedos.

-¿Qué carajo dice aquí?- preguntó por último.

-¿No sabes leer?

-Lo que yo sé hacer es la guerra- replicó él.

Ella leyó en voz alta el discurso. Lo leyó tres veces, para que su cliente pudiera grabárselo en la memoria. Cuando terminó vio la emoción en los rostros de los hombres dela tropa que se juntaron para escucharla y notó que los ojos amarillos del Coronel brillaban de entusiasmo, seguro de que con esas palabras el sillón presidencial sería suyo.

-Si después de oírlo tres veces los muchachos siguen con boca abierta, es que esta vaina sirve, Coronel- aprobó el Mulato.

-¿Cuánto te debo por tu trabajo, mujer?- preguntó el jefe.

-Un peso, Coronel. –

-No es caro- dijo él abriendo la bolsa que llevaba colgada del cinturón con los restos del último botín

-Además tienes derecho a una ñapa. Te corresponde dos palabras secretas- dijo Belisa  Crepusculario.

-¿Cómo es eso?

 

Ella procedió a explicarle que por cada cincuenta centavos que pagaba un cliente, le obsequiaba con una palabra de uso exclusivo. El jefe se encogió de hombros, pues no tenía el menor interés en la oferta, pero no quiso ser descortés con quien lo había servido tan bien. Ella se aproximó sin prisa al taburete de suela donde él estaba sentado y se inclinó  para entregarle su regalo (...)

-Son tuyas, coronel- dijo ella al retirarse – Puedes emplearlas cuando quieras.

El Mulato acompaño a Belisa hasta el borde del camino, sin dejar de mirarla con ojos suplicantes de pero perdido, pero cuando estiró la mano para tocarla, ella lo detuvo con un chorro de palabras inventadas que tuvieron la virtud de espantarle el deseo, porque creyó que se trataba de alguna maldición irrevocable.

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