domingo, 29 de diciembre de 2013

Creación: Duelo de titanes


Duelo de titanes

                                                                                                          

Cuando empezamos a salir, me tomaba a broma tus palabras, incluso las consideraba un halago; era como si me empinases y me hicieses creer que para ti era una princesa y que nunca bajaría de la carroza. Tú lo pregonabas a los cuatro vientos: yo era propiedad privada y no permitirías que nadie empañase nuestra relación, que se jugase con nuestros sentimientos. Tus celos irracionales, provocaban mi euforia y me sentía tan feliz que incluso te perdonaba tus canitas al aire, sobre todo por esa cara de niño que no ha roto un plato con la  que abanderabas tus coartadas, hasta que entraba en tu juego y me tragaba tu engañabobos.

Pero lo que yo no sabía era hasta dónde serías de capaz de llegar para lograr que no me saliese del trazado dibujado: no saliste bien parado de la lucha de titanes que entablaste con Raúl.  Todas las intimidades en las que habías hurgado, colocaron una trinchera estratégica y al otro lado se situó Raúl, el amigo de toda la vida, el que siempre me había sermoneado y que ahora se sinceraba  y me  confesaba que me quería. Un jarro de agua fría me sacudió el rostro, pero, ante mi incredulidad, tú continuaste leyendo sus palabras, mientras contraías esa cara de engañabobos y me dabas las pistas necesarias para descubrir tu verdadera naturaleza.

 Terminada la carta, se inició el interrogatorio. Tus preguntas estallaban como granadas,  hasta que llegaron a la cúspide y me pediste que confesase, que te dijese desde cuándo te era infiel. Me quedé helada,  era atacada desde todos los frentes.  Primero, mi amigo – el compañero de juegos de toda la vida, el que siempre intentaba borrar todas mis cursilerías- se desembarazaba de su secreto, un secreto que debería haber permanecido oculto, un secreto para el que yo no estaba aún preparada. Tú, por tu parte, insististe en que contase desde cuándo me lo beneficiaba y si el muy mamón había logrado chupar mi caramelo. No te creías mi negativa e insistías, retomabas una y otra vez el hilo de la conversación y lo conducías al punto estratégico, que yo negaba una y otra vez…

El que no se fía, no es de fiar, estas palabras ensancharon tus dudas, y en un momento determinado, harto de las palabras de doble filo que descubrías al seguir leyendo, no pudiste contenerte y me diste una bofetada.  De nada sirvió que auscultase tus ojos y que te hablase a gritos, de nada te sirvió abrir el resto de las cartas: allí no había ninguna confesión. Aquellas cartas sólo hablaban de las cursilerías de una pava y de los sabios consejos con los que Raúl había intentado neutralizarlas.  Lo que más me dolió fueron tus risas. Estabas mofándote en mi propia cara de mi  sufrimiento. Mientras Raúl me comía la bola, pidiéndome que olvidase toda esa retahíla de fobias y ñoñerías, tú descubrías de golpe y porrazo todas aquellas intimidades en estéreo.  

Te marchaste, como si dimitieras de seguir estimulando mis sueños, un hueso duro de roer. Yo me he quedado aquí, mientras intento separar el grano de la paja. Ya me he quitado la venda de los ojos, pero ahora debo abrirte la puerta Raúl. ¿Qué es lo correcto? Lanzarte al vacío – aprovechando tus propios consejos y estímulos- o  abrazar ese desnudo íntegro, que te ha dejado tan malherido.
Mari Carmen Moreno Mozo

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