Las lágrimas del asesino
No
es habitual encontrar libros de literatura juvenil que retraten a un asesino
como una especie de héroe capaz de trasfigurar la mirada de un niño, tras el
doloroso desgarrón que le produce el asesinato de sus padres. El esfuerzo
que supone la convivencia con su asesino
se irá poco a poco trasformándose hasta que se negocie una convivencia que les
obligue a fondear en sus sentimientos y forjarse una existencia digna pese a la
dificultad para entenderse.
La escritora Anne-Laure Bondoux, ganó con “Las lágrimas del asesino” el prestigioso premio Sorcières, en el 2004, que reconocía ante todo
el trabajo de creación del libro, no obstante su mayor éxito fue el beneplácito
de los adolescentes que se sintieron conmovidos por esa transformación del
asesino al que veían con cariño. La editorial Edelvives, que apuesta por una lectura inteligente en
sus colecciones juveniles, decidió publicarlo en su colección Alandar, nómina
de autores de culto y de calidad en este ámbito.
Ángel
Alegría llega hasta el confín de Chile huyendo de sus crímenes pasados. Su vida
hasta ese momento se ha visto marcada
por la carencia y la humillación
constante. Siempre ha sido un asesino y se ha creado un código peligroso y
perpetuo, el que marca la violencia. Sin embargo, y tras el asesinato de
los padres de Paolo, se ve incapaz de
matar al niño y decide confiscarlo para que viva a su servicio. Entre ambos personajes se crean unos
roles que poco a poco se subvierten.
Después
llegará Luís, otro ser que huye de sus miedos y busca el aislamiento.
El encuentro entre los tres, rompe los hábitos
que se han forjado hasta el punto de que peligra la vida de Luís. La existencia
de Ángel se va llenando de dignidad ante el coraje del niño que es capaz de
llamarlo papá para evitar que mate a Luís y vuelva el terror de la violencia.
Poco
a poco se crea un espacio prodigioso y se instala una nueva razón e incluso una
pelea muy sutil entre ambos adultos. Los dos destierran las fisuras de su
experiencia pasada con la esperanza de ganarse el cariño del niño. Ese
acercamiento magistralmente retratado por la autora muestra –por ejemplo- la
fascinación que pretende imprimir Luís a sus enseñanzas y como poco a poco
destruye la privacidad de Ángel e incluso, por momentos, parece desbancarlo.
Sin
embargo la necesidad de ir a la ciudad parece presagiar una ruptura. Ángel
volverá a sentir el deseo de confiscar la libertad, ese instinto asesino y Luís
volverá a someterse a sus debilidades hasta el punto de huir nuevamente, en
este caso, acompañado de una joven que se aventura en ese terreno ilusorio de
la fuga hacia lo desconocido.
Cuando
Paolo manifiesta su deseo de aventurarse en el precipicio para lanzarse al
espacio blanco de lo vacío, el asesino salvaguarda al niño, le hace renunciar a
preguntarse sobre lo que lo rodea o siente; lo separa, aterrorizado, de la fuga de los sentidos más íntimos. Y
cuando el niño ve como Luís se dispone a huir percibe cuán ecuánime es la vida
que le permite permanecer al lado de Ángel.
Ángel se ha ganado el reconocimiento del niño quien no teme al
futuro, un niño que únicamente escucha su voz y en el que proyecta toda su
nueva identidad pese a que es consciente de que en cualquier momento puede
transfigurarse y retornar la ira pasada.
Sin embargo el poder del niño le desnuda y aleja de lo que ha sido.
La
falaz esperanza de futuro se transfigura
cuando llegan a casa de Ricardo y se produce un nuevo desgarramiento de su
personalidad. Ángel contempla lo que no ha sido y siente la imposibilidad de
retroceder, descubre una vez más que su redención siempre será incompleta,
diferida. De nada servirán los gritos de su corazón. Por eso, mientras el niño
se refugia entre fantasmas, él siente la premonición de la muerte. Esa muerte
le redime y libera. Y en ese saber morir se recupera el mensaje, esa enseñanza
que le liga al hombre que pudiera haber sido y le une más al niño.
Paolo
retornará, tras la muerte de Ángel, a
casa ante la imposibilidad de seguir. La
vida vuelve a concederle el don de las quimeras en el territorio yermo de su
infancia. Siente el apremio de enterrar el cuajaron de sangre
de su pasado y lo ahorca destrozando la
mesa. Así cuando Terusa se une a él,
reclama su lugar en el mundo. Y la
mentira vital que es el destino crea un nuevo signo de existencia, una hija
forjada a la que él llama Angelina, en reconocimiento a Ángel Alegría.
.
Con
un lenguaje desnudo Bandoux se interesa por esa conciliación que supone la
transformación de un asesino en casi un padre para un niño, quien desterrará el
odio y cuya progresión se va
enriqueciendo gracias a la sombra del asesino de sus padres que lo protege día
a día. El impactante juego de
contraluces entre los protagonistas y su entorno retrata al hombre paradójico,
caótico, contradictorio, capaz de crecer. Los instintos se pliegan y se
redescubre la complejidad laberíntica del alma humana.
Ágata y otros ojos.
Mari Carmen Moreno
Crítica literaria.
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