"Este tiempo respira lágrimas más oscuras, /
perdición cuando el corazón del que sueña/ rebosa de arrebol del crepúsculo, /
de la melancolía de la ciudad humeante, un áureo frescor orea al caminante/ al
extranjero, desde el cementerio, /como si un cadáver delicado lo siguiese en la
sombra."
La primera vez que leí a Georg Trakl, yo no sabía nada de este
poeta. No conocía las coordenadas personales en las que se forjó su vida, ni
mucho menos cuáles eran sus circunstancias literarias, las fuentes de las que
se nutría su poesía o qué etiqueta le había colgado a la espalda la crítica.
Fue por una amiga, me enseño algunos de sus poemas en unas fotocopias oscuras y
me recomendó encarecidamente que las leyera. Cuando le pregunté quién era
ese poeta, me dijo sólo su nombre. Era la época de mi propio descrédito, nada
de lo que escribía me gustaba y me sentía muy vulnerable, irascible pero, ante
todo, vacía. Lo primero que me llamó la atención al leer a Trakl fue esa
extraña musicalidad, leía y releía una y otra vez esos versos desgarrados y
oscuros pero, aún adivinando el tono tempestuoso, mordaz, de irresoluble
consuelo; las palabras, los versos me trasmitían esa belleza intrínseca que
despliega la mejor poesía.
Intuía la angustia solitaria de un hombre horrorizado por el mundo. Presentía
ese hondo carácter del exiliado que se siente un forastero, inmerso en ruinas,
incapaz de hallar un atisbo de luz ni siquiera a través de las palabras. El
poeta reincidía una y otra vez en un potente itinerario interior, tal vez con
la esperanza de respuesta, tal vez ansiando reinventarse un mundo a su imagen y
semejanza; pero este mundo se silenciaba, se tornaba hosco y minúsculo. En
ocasiones, me sentía terriblemente convulsionada, por esa falta de iniciativa.
Reinventaba una y otra vez sus obsesiones y las escupía mediante imágenes oníricas,
que apelaban a las profundidades de un sueño difuso, como si mirase las cosas
detrás de una cámara oblicua, y todas esas distorsiones fuesen reales, porque
así se había vuelto su mundo, una cámara oblicua donde reconocer al ser humano
era una aventura abocada al fracaso y sin capacidad de retorno. Sentí la
oscuridad del existencialismo más atroz, y los fantoches de un corazón
desgarrado. Decidí que quería saber más, sentí ese gusanillo de la curiosidad.
A Trakl se le había adscrito al expresionismo alemán,
se decía de él que era un cocainómano, además había tenido relaciones
incestuosas con su hermana. Descubrí que había sido farmacéutico, que su padre
era luterano, que su madre era opiómana y lo imaginé, como decía su
biografía, rodeado de sus cinco hermanos, en un ambiente aparentemente
protector, tocando el piano con su hermana o leyendo a los grandes
finiseculares (Dostoievsky, Hölderlin, Baudelaire, Rimbaud, Nietzsche, Ibsen).
Me imaginé sus primeros contactos con la bohemia poética, o la emoción
sentida ante la primera poesía, e incluso, intenté penetrar en ese territorio
de los psicotrópicos, acompañando a sus fantasmas interiores. Su
temple de bohemio, y su inestabilidad para seguir esa vida precaria inmediata
le seguían los pasos, incluso cuando estaba rodeado de amigos o poetas.
Comprendí que la culpa y la insatisfacción habían eclipsado su alma insegura y
solitaria, siempre incompleta por la ausencia de la hermana. Lo descubrí
horrorizado por la gran ciudad, que eclipsa el alma y la emboza.,
abrazando a su amigo Ludwig von Ficker o en Viena, fascinado por la
vanguardia (Kart Graus, Adolf Loos y Peter Altenberg). Su carácter retraído y
solitario se iluminaría con una sonrisa, ante su primer libro de poemas,
imagino cuánta emoción recorre su espina dorsal al entrega a
Kart Wolf el manuscrito de Sebastián en sueños.
Pero el mundo se había vuelto
loco. La Primera Guerra Mundial estalla y se ve obligado a participar en la
batalla de Grodek, una de las más sangrientas. La pesadilla acude nuevamente a
su casa. Sin ayuda debe prestar socorro a noventa heridos graves. A ese horror
se une la visión de los campesinos colgados de los árboles, que rompe el cerco
de su memoria para instalarse en su conciencia. Intenta el suicidio, pero sus
amigos se lo impiden. Engaña a todos, fingiendo una fortaleza que está lejos de
poseer. Pero la depresión ya no le abandona. Lo imagino en el
hospital psiquiátrico militar de Cracovia, aparentando tranquilidad junto a su
amigo Von Ficker, mostrándole la imagen del solitario cuerdo y optimista, capaz
de reencontrarse consigo mismo, capaz de borrar los fantasmas. Pero las heridas
son demasiado dolorosas, se refugia en la droga y se suicida con una sobredosis
de cocaína.
Es doloroso
releer estos poemas: imágenes abrumadoras en ese intento fatal por liberarse de
lo vivido. El tono crepuscular tan aparentemente expresionista conforma un
mundo abocado al fracaso. Sin embargo, el poeta no es ningún iluminado,
no existe esa voluntad revolucionaria, ni el feísmo exacerbado de otros
expresionistas; lo que descubrimos, quienes pretendemos descubrir al poeta, es
un alma hipersensible, que habla a su propio silencio sin hallar una
respuesta reveladora que lo salve.
Sebastián en sueños y otros poemas
Versión de Jenaro Talens.
Sebastian en
sueños
Para Adolf Loos
I
Madre llevaba al niño bajo la luna blanca,
a la sombra del nogal, del antiguo saúco,
ebria de jugo de adormidera, del lamento del tordo,
y en silencio,
con piedad, quieto en la oscuridad de la ventana,
sobre ellos
un rostro barbudo se inclinaba; y los viejos
enseres de los padres
yacían derruidos, amor y ensueños otoñales.
Oscuro, pues, el día del año, una infancia triste,
cuando el niño bajó con suavidad hasta las frías
aguas, peces
plateados,
paz y rostros;
cuando pétreo se arrojó delante de caballos negros
enfurecidos,
su estrella vino a él en la noche grisácea.
O cuando de la mano helada de la madre
atravesó al atardecer el cementerio otoñal de San
Pedro,
un tierno cadáver yacía silencioso en la estancia
sombría
y alzó sus fríos párpados hacia él.
Él era, sin embargo, un pajarillo en la rama desnuda;
la campana tardía en el noviembre vespertino,
el silencio del padre cuando, en sueños, bajó por la
oscura esca-
lera de caracol.
2
Paz del alma. Solitario crepúsculo invernal,
sombrías figuras de pastores junto al viejo estanque;
un niñito en la choza de paja; ¡ oh, con qué suavidad
se hundía su rostro en fiebre negra.
Noche sagrada.
O cuando de la dura mano del padre
subía en silencio el lúgubre Calvario
y en los nichos crepusculares de las rocas
la figura azul del hombre cruzaba su leyenda,
de la herida del costado manaba sangre purpúrea.
Oh, con qué suavidad se erguía la cruz en el alma en
sombra.
Amor; cuando la nieve se derritió en los negros
rincones,
un céfiro azul se enredó alegremente en el viejo
saúco,
en la bóveda umbrosa del nogal;
y al niño se le apareció con suavidad su ángel rosado.
Alegría, cuando en las frescas estancias se escuchaba
una sonata
vespertina,
en las pardas travesuras
una mariposa azul surgió de la plateada crisálida.
Oh cercanía de la muerte. En el muro de piedra
una frente amarilla se inclinó, callado el niño,
cuando en aquel marzo declinó la luna.
3
Rosada campana de Pascua en la bóveda sepulcral de la
noche
y las voces de plata de los astros,
entre temblores de fiebre cayó de la frente del
durmiente un oscuro
delirio.
Oh, qué tranquilo un paseo junto al río azul,
volviendo a pensar en cosas olvidadas, cuando en las
verdes ramas
a un extranjero el torno llamaba hacia el ocaso.
Oh, cuando cogido de la mano huesuda del anciano
pasaba al anochecer junto a los muros derruidos de la
ciudad
y él llevaba en un abrigo negro a un niño rosado,
el espíritu del mal se aparecía a la sombra del nogal.
A tientas por las verdes gradas del verano. Oh, con
qué suavidad
se hundía el jardín en la quietud parda del otoño,
aroma y melancolía del viejo saúco,
cuando a la sombra de Sebastián se apagó la voz
argentina del
ángel.
Metamorfosis
del mal (
fragmento)
Segunda versión
...Alguien te abandonó en la encrucijada y tú miras
largamente hacia atrás. Pasos de plata a la sombra de manzanos deformes.
Purpúreo resplandece el fruto sobre las negras ramas y en la hierba la
serpiente cambia de piel ¡Oh, la oscuridad!; el sudor, que surge sobre la
frente helada, y los tristes sueños del vino, en la taberna de la aldea bajo
vigas ennegrecidas por el humo. Tú, lugar aún despoblado, que con las oscuras
nubes del tabaco construyes mágicas islas rosadas y arrancas del interior el
grito salvaje de un grifo, cuando por negros arrecifes va cazando en el mar, en
medio del hielo y de la tempestad. Tú, verde metal y por dentro un rostro
ardiente, que quiere irse al monte de las calaveras y allí, desde la cima,
cantar los tiempos tenebrosos y la caída flamígera del ángel. ¡Oh,
desesperación, que con un mudo grito caes de rodillas!
Un muerto te visita. De su corazón mana la sangre que el mismo derramó y bajo
sus negras celas anida un instante inefable; oscuro encuentro. Tú, luna
purpúrea, cuando él aparece en la verde sombra del olivo. Luego sigue la noche
que no acaba.
Ocaso
Quinta versión
A. Kart Borromáus Heinrich
Sobre el estanque blanco
han pasado los pájaros silvestres.
Desde nuestros astros sopla al atardecer un viento
gélido.
Se inclina sobre nuestras tumbas
la quebrantada frente de la noche.
Y en la barcaza plateada nos mecemos bajo las encinas.
Los blancos muros de la ciudad resuenan siempre
oh, hermano mío, subimos ciegas manecillas hacia la
medianoche.
El caminante
Segunda versión
Siempre la blanca noche se apoya en la colina,
donde en tonos de plata se alza el álamo,
y hay estrellas y piedras.
Sobre el torrente se arquea el puentecillo soñoliento,
al muchacho lo persigue un rostro mortecino
y una luna en cuarto menguante en el rosáceo barranco
a los pastores que celebran en la lejanía. En el
roquedal
viejo, el sapo mira con ojos cristalinos, se levanta
el viento en flor, la voz de pájaro de quien semeja a
un muerto
y con suavidad los pasos verdean en el bosque.
Esto recuerda al árbol y al animal. Lentas gradas de
musgo,
y la luna,
brillante que se hunde en aguas melancólicas.
Aquel vuelve y deambula por las verdes orillas,
se balancea en una góndola negra por la derruida
ciudad.
Crepúsculo
El dolor te ha descompuesto y te ha desfigurado
temblado por las estridencias de todas las melodías,
arpa de cuerdas rotas, tú -pobre corazón,
donde crecen las flores enfermas de la melancolía.
Quién ha llamado al enemigo, al criminal
que te robó del alma el último chispazo,
y expulsó de este mundo miserable a los dioses,
e hizo una furcia de él, pútrida, enferma, fea.
Aún cimbrea de sombras una danza salvaje,
al compás de una música estridente y sin alma,
en torno al espinoso laurel de la hermosura.
qué, mustio, al vencedor, al perdido, corona
-Mal premio que la desesperación ha disputado
y no reconcilia a la luminosa divinidad.
Segunda versión
Por la tarde resuenan en los bosques de otoño
las mortíferas armas y en las llanuras áureas
y los lagos azules; sobre ellos rueda el sol
más oscuro; la noche
abraza a los guerreros moribundos, el lamento feroz
de sus voces quebradas.
Mas silenciosamente en la pradera,
nubes rojas que un Dios airado habita,
se reúne la sangre derramada, la frialdad lunar;
todos los caminos desembocan en negra podredumbre.
Bajo el áureo ramaje de la noche y los astros
vaga por el callado bosque la sombra de la hermana
que saluda las almas de los héroes, sus cabezas
sangrantes.
Y en el juncal resuenan quedamente las oscuras flautas
del otoño.
¡Oh, más soberbio duelo!, altares de metal,
un inmenso dolor alimenta hoy la ardiente llama del
espíritu,
los nietos que no han nacido aún.
Galaxia Gutenberg
Círculo de Lectores
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